Hoy 5 de noviembre de 2010 murió el genocida y dictador Emilio Eduardo Massera, una pena. Una pena es que haya muerto por causas de la naturaleza, que su destino no lo hayan dictado como él sí dictó el de 30 mil compañeros. Es una pena que haya permanecido libre gracias al demócrata Ricardo Raúl Alfonsín. Es una pena que el liberal riojano haya decidido continuar con los permisos a los genocidas. Es una pena que durante sus años de libertar, transitando la misma Nación que él regó con la sangre de los mejores, nadie haya sido capaz de un valiente acto para culminar un saldo pendiente. Una pena es que se haya ido sin sindicar los múltiples colaboradores que tuvo y que hoy día gozan de impunidad. Una pena que haya padecido un accidente cerebro vascular que lo tuvo meses, años, semi-conciente sin poder expresar dolor, para la satisfacción ajena. Es una pena que los muchos que dicen estar mejor por saberlo muerto no se animen a festejar su muerte. Es una verdadera pena que, hoy, van a faltar 30 mil personas a la fiesta de despedida; estarán festejando en algún lugar muy lejos de donde habitará este pedazo de mierda.
Hoy alguien tiró la cadena, faltan bigote, patillas y muchos más. ¿Sería un pena que la naturaleza no elija la próxima?
