EL TERCER OJO

martes, 19 de abril de 2011

Paranoia de un día normal



La tarde se rendía a los pies de la noche. Todos íbamos, todos veníamos. Los ojos de todos estaban fijos y atentos; como águilas; como vigías; como carceleros. Revoloteaban entre las manos de los ajenos, las piernas de los de enfrente, las caras de los extraños. Los que salían miraban atentos que nadie entrara, los que entraban cerraban rápido; la sola sombra les producía un escozor en la piel, el vértigo de una posible persecución hacía que un escalofrío semejante a una ráfaga de viento recorriera desde las rodillas hasta los hombros frunciendo cada uno de los pelos de los brazos.

Aunque no sabíamos si algún día el día llegaría, los días nos la pasábamos escuchando los diarios que nos hablaban por las radios y nos decía que hoy nos iban a matar. En las noches de televisión, quienes llegábamos seguros a nuestros refugios nos informábamos que el mensaje escuchado por la mañana no había sido para nosotros y nos mostraba el muerto que no lo supo oír. Querían algo que teníamos, tenían algo que queríamos; nunca lo supimos. Los que no tenían nada lo querían todo; los que lo tenían decían no tenerlo pero merecerlo.

Un día que nadie sabía si era el día, todos salimos con las mismas guardias de siempre, con las mismas cosas que siempre y sin la mismas cosas que nunca tuvimos. Caminamos con cara de confiados hasta que algo se cayó, alguien gritó y todos sacamos las armas al mismo tiempo y disparamos. No salió ninguna bala.

Una lástima; hubiesen sido muchos problemas menos.

La crecida de los mares



Las aguas nunca fueron mansas. A lo largo del tiempo han sabido chocar contra la orilla en presuntuosa amenaza; llevarse cada tanto un poco de lo que hay en el continente fue una llamada a la atención de los isleños. Ellos no ven los que sucede, sólo ven agua.

Las aguas migran y están contenidas; las hay superficiales y submarinas. Las aguas se hacen ríos, mares, charcos. No hay agua que no sea reconocida como tal.

La diferencia de todas es el marco que las contiene. Las que viven en el charco viven solas, aisladas; las que viven en el rió se pasean por los canales surcando meandros en busca de un destino que no alcanzan sino hasta su salida al mar. Las que en el mar se encuentran agitan los fondos para mover la superficie. Son hijas de las contramareas; se definen por su oposición.

Las aguas marinas amenazan la candidez de la orilla y se suben al continente bajo empujones que cubren las playas. No hay aguas marinas inmóviles. En cualquiera de los tiempos, en cualquiera de las eras, el mar es siempre igual pero siempre distinto. Lo contiene una estructura que lo hace mar, océano, pero nunca ha dejado de ser agua.

La marea es amenazadora. Su movimiento se registra bajo oscilaciones que se producen en la orilla. No hay manera de saber si hay marea alta desde la marea misma. El continente es el que se ve amenazado con las olas. Es su costa la que se borra con el avance del mar; las aguas que crecen nunca dejan de ser aguas ni cambian su formatura. Sólo logran que el marco se achique y se incremente su espacio. Es la tierra la que contiene los límites, no el mar. “Las costas del continente son las costas de la época, porque en la tierra están los medios para hacer retroceder al mar, también para crecer sabiéndose tierra”, dijeron los sabios.

La inundación es la utopía de los mares; la inundación es el sueño de las gotas; el reencuentro de los charcos y el camino de los ríos. La inundación promete cerrar los caminos para abrirlos para siempre. Sin continentes, censura de la tierra, las aguas reinarán sobre un terreno donde siempre fueron mayoría; del que siempre constituyeron su forma. ¡No hay aguas mansas, hay corrientes dormidas!

Hable usted maestro


[...]"Os horrorizáis de que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas

partes, existe para nosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a

condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad."[...]

[...]"Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan."[...]

[...]"libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras ideas son en sí mismas producto de las

relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase erguida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase."[...]



Karl Marx

(5 de mayo de 1818 – 14 de marzo de 1883)