EL TERCER OJO

viernes, 15 de julio de 2011

Pedido de un hombre al Dragón



Si digo que abrí la puerta, miento. Fue un empujón, un topetazo el que nos dejó frente a frente. Gran parte de mi vida te había buscado y ahora que estábamos cara a cara, ahora que tenías que contestar haces silencio.

Te miro a los ojos y me das el mismo asco que sentí el día que dejé de sostener tus razones. No te entiendo y, si no fuera por la masa de idiotas que estás detrás de tuyo, ya estarías sepultado.

Tenía tantas cosas para reprocharte: los años de engaños, los miles de muertos, la desidia generalizada, la incongruencia de tu esencia y tu nombre, lo fatídico de tus argumentos, tus endebles explicaciones. Te haría responder una por una cada pregunta, pero las circunstancias me ponen en la dolorosa obligación de tenerte piedad. Me excede, pero tengo que otorgarte una prorroga antes de demostrarte que, por mucho que te creas, la razón la tuve siempre yo.

Ahora tengo que velar por alguien más, alguien que en este momento no puede enfrentarte. ¿Qué es lo que pasa dentro de ti? Acaso no es suficiente tanto dolor para seguir recurriendo con tamaño cinismo a la caída de un incólume. No son de sobra las lágrimas derramadas miles de veces; no funcionan éstas como crédito. No habrá quizás un dolor que te sacie que no sea el suyo. Será que podrás arrancar de mí lo más sano y enterrarme en lo profundo su dolor. Será que puedo cargarlo para que una vez no sea él quien yace prosternado frente a vos.

No hay en mí nada que quieras. Se que su corazón es más fuerte, pero, aunque el mío no es tan noble, es en gran parte suyo.

Han sido mil bosques amargos los que cruzamos en las tinieblas de tus promesas. Fui su escudero en tiempos en los que nadie distinguía a Sancho del Quijote. Fui su orador, confesor, víctima y victimario. Ahora sólo te pido, si está en vos, que sea yo él sólo para que no muera otra vez. Para que éste fausto estigma que le has impuesto, tu medalla, me sea a mi inexplicable y no a él.

Me voy observándote con recelo. Sobre mi hombro siento tu sombra que acecha cual cuervo. Ésta vez no gritarás: ¡Nunca más! Me voy sabiendo que algo harás, más volveré para arrancarte las sienes y para mostrárselas a cada una de tus víctimas. Les haré saber que sí, yo tenía razón, y con tu sangre limpiaré los caminos que han hecho en tu nombre y bañaré con sus tintas los escritos que te han nombrado. Lo haré todo, pero primero sálvalo a él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario